La libertad de expresión también significa libertad de boicotear y la manera como gastamos nuestro dinero es una forma de hacer valer nuestro sentido de identidad. Por más impulsivas que sean las campañas de boicot, sería totalmente ilegal tratar de suprimirlas. ¿Pero habría ese tipo de manifestación ayudado a forjar una sociedad más plural, o cegado a las personas emocionalmente?
La abstención voluntaria de usar, comprar, o tratar con una persona, organización o país como expresión de protesta, comenzó en Irlanda en 1880, cuando Charles Boycott amenazó a desalojar a los agricultores que no pudieron cumplir con sus responsabilidades de alquiler. Como respuesta, los campesinos dejaron de trabajar en los campos y establos, la comunidad local se unió indignada en protesto contra Boycott, y el cartero local dejó de entregar su correo.
Desde entonces, varios ejemplos de exitosos boicoteos se han practicado en todo el mundo, donde grupos e individuos afirman sus orientaciones filosóficas y políticas boicoteando a las marcas que no se alinean a sus valores.
Sin embargo, un estudio conducido por Cone Communications and Echo Research encuestando a 10.000 consumidores en diez países acerca de la responsabilidad corporativa, reveló que 93 por ciento de los encuestados están dispuestos a boicotear una empresa por ser irresponsable, pero sólo el 36% por ciento afirmaron que es importante averiguar los datos y hechos antes de tomar la iniciativa.
Otros problemas se producen cuando la opinión pública está cada vez más informada por los medios sociales, los cuales no siempre cuentan con las voces más calificadas. Facebook, por ejemplo, recientemente ajustó a su algoritmo priorizando a los posts y recomendaciones de “amigos y familia” como una forma de contrarrestar la inundación de contenido empeorando la experiencia del usuario. Por otro lado, esa reingeniería de la comunicación en Facebook desvanece, en parte, nuestra capacidad para el pensamiento crítico y la toma de decisiones conscientes.
En su libro Lies Incorporated: The world of post-truth politics, el locutor de radio estadunidense Ari Rabin-Havt habla de una industria de la desinformación: “Cuando se les dan la opción, las personas van a elegir lo que es reconfortante y fácil y evitar la información que les desafía, enclaustrándose en las opiniones ya preconcebidas”. Nicholas DiFonzo, profesor de psicología en el Instituto de Tecnología de Rochester y coautor de Rumour Psychology, refuerza el argumento de que “entre las personas de ideas afines, es difícil llegar a argumentos que desafían el consenso del grupo, lo que significa que los miembros del grupo escuchan a los argumentos en sólo una dirección”.
De hecho, un estudio del MIT llegó a la conclusión de que “la inteligencia de grupo” se correlaciona menos con la inteligencia de los individuos y más con la sensibilidad social de los miembros del grupo. Esto puede ser experimentado después de pasar unos pocos minutos en Twitter, donde la “sabiduría de los grupos” puede ser rápidamente dominada por la “locura de las masas”.
Un ejemplo bien documentado de las trágicas consecuencias asociadas al comportamiento de rebaño comenzó en 1945, cuando la Liga Árabe creó la Oficina Central de Boicot para asegurar un mínimo contacto con Israel. Luego, en 2005, activistas civiles palestinos hicieron un llamamiento para la campaña (BDS) Boicot, Desinversión y Sanciones, ganando simpatizantes en todo el mundo.
Al analizar a las más de cincuenta marcas listadas por el BDS, uno no puede dejar de preguntarse si esa no es una instancia de la emoción suprimiendo individuos de la razón. Danone y Nestlé, por ejemplo, entraron en la lista en Julio de 1998, después de que sus respectivos presidentes recibieron el Premio Jubileo del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Howard Schultz, un Judio pro-Israel, vio a su empresa, Starbucks, juntarse a la lista también.
Palestinos y otros grupos internacionales apoyan a lo que parece ser un movimiento contraproducente para la prosperidad económica y la paz en la región. El Estado de Palestina no es económicamente auto-sostenible y depende de la economía de Israel para garantizar su propia supervivencia. De acuerdo con la Oficina Central de Estadísticas Palestina, Israel emplea a alrededor de 100.000 palestinos, que ganan, en promedio, 55% más que sus compañeros de trabajo en sus propios territorios.
Muchas personas condenan los asentamientos israelíes y llaman a un boicot económico de sus productos. Pero los obreros, taxistas, enfermeras y médicos árabes son los que realmente sufren de estas iniciativas de carga emocional.
Y las emociones no necesitan visas.
La campaña Brexit fue otro ejemplo de la emoción ganando sobre la razón. Aron Banks, el rico donante de la campaña, explicó su estrategia a The Guardian: “La campaña contra el Brexit fue comunicada a través de hechos y datos. Eso simplemente no funciona. Tienes que conectar emocionalmente con la gente. Es lo que ha contribuido al éxito de Trump.” De hecho, la compañía de estrategia de Washington, D. C. Goddard Gunster dijo a los organizadores Brexit que” los hechos no funcionan “, algo que fue, irónicamente, la verdad.
La comprobación de los hechos de lo que se dice en línea puede ser un trabajo duro. Afortunadamente, websites como FactCheck.org y Snopes.com emplean analistas que investigan transcripciones de entrevistas, vídeos y sus respectivas referencias. Todavía, eliminar a la pereza como excusa no es suficiente si no podemos tratar la inseguridad de nuestros egos.
Un estudio de la London Business School acerca de las motivaciones de participación en boicotes de marcas llegó a la conclusión de que la autoestima es uno de sus principales impulsores. Esto significa que la participación permite que boicoteadores inflen sus egos mediante a la asociación con una causa o grupo de personas, o simplemente por verse a sí mismos como personas morales. Sin embargo, cuando se trata de resolver a la potencial disonancia entre los valores personales y corporativos, conocer los hechos es probablemente la mejor manera de “conócete a ti mismo”.
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